viernes, 11 de noviembre de 2011

_daenerys


 Dónde nací y cómo me llamaron son cuestiones tan poco importantes a día de hoy que, en ocasiones, me sorprendo a mi misma teniendo que hacer un esfuerzo para recordarlas. Puedo decir que hoy me llamo daenerys, dany, para los amigos que no tengo, pero… ¿quién sabe lo que ocurrirá mañana? Y de todas formas, ¿qué importancia tiene un nombre cuándo dura lo que el capricho de un Amo?

  Crecí en la Tierra, en el seno de una familia más que acomodada, donde disfrutaba de todos los lujos y comodidades que el dinero pudiera comprar. Y en un abrir y cerrar de ojos me encontré, sin saber cómo, en un mundo extraño, hostil, peligroso…y si, también hermoso, aunque en aquel momento no supiera verlo. Lo único que veía es que pasé de lucir mis modelos de diseño a vestir trapos harapientos; de la suavidad del terciopelo de mis sofás al áspero tacto de las pieles sobre el suelo; de los restaurantes de renombre a las insípidas gachas; de los criados que se desvivían por servirme a saltar ante el menor deseo de otros; de las caricias de los amantes con los que jugaba a la mordedura del látigo de los que jugaban conmigo…

  Nunca llegué a conocer el nombre de la primera ciudad en la que estuve tras ser secuestrada de la Tierra. Desperté rodeada de hermosas jóvenes, la mayoría tan asustadas y desorientadas como yo. Nos encontrábamos en algo parecido a un mercado y con enorme repulsión ví como subían a algunas muchachas de otro grupo a una especie de estrado. Allí les arrancaban la poca ropa que llevaban y las vendían al mejor postor. No entendía las palabras, claro, pero el significado de lo que ocurría era evidente. Me dije a mi misma que preferiría morir antes que pasar por semejante humillación pero, por fortuna, ninguna de ambas cosas ocurrió. Fui vendida en un lote, sin pasar por el estrado… y esa fue la única vez que vi al que sería mi primer dueño. Nos cargaron como si fuéramos fardos en un carromato y comenzamos un penoso viaje por caminos polvorientos. Entre las muchachas había otras que, como yo, procedían de la Tierra, pero el guardián nos azotaba cada vez que nos escuchaba hablar en nuestra lengua materna. Fue un buen aliciente para comenzar a aprender de inmediato las bases del lenguaje goreano. Nuestro guardián, el capataz de la granja que teníamos por destino, se reía de nuestros torpes esfuerzos y nos repetía continuamente que bastaba con que aprendiésemos dos palabras, “si, Amo”.

  Aunque al llegar no me pareció muy extensa comparada con las haciendas terrestres, supe a posteriori que era de un tamaño inusualmente grande. Desde pequeña se me dieron bien los idiomas e hice rápidos progresos en el aprendizaje de la lengua. Estos avances no pasaron desapercibidos para el administrador de la finca, que me tomó a su servicio y me enseñó a leer para que le fuese de ayuda con el papeleo. Por desgracia eso no me eximía del resto de trabajos de la granja… Arar, sembrar, recolectar, limpiar, cocinar, ayudar al administrador… así pasaba un día tras otro. Era una vida dura, de mucho trabajo, pero mientras cumplieras con tus obligaciones los guardianes te dejaban relativamente en paz. Nos usaban de vez en cuando, claro, sobre todo cuando se gastaban el jornal en paga, pero si nos mostrábamos solícitas no solían abusar del látigo. Sin embargo entre las esclavas… Ay, eso si que era una auténtica guerra diaria… por la comida, por un trozo de piel, por el rincón más cálido para dormir… Aprendí a robar, a mentir, a inculpar a otras… cualquier cosa para sobrevivir un día más. Todas éramos envidiosas y egoístas, buscábamos el favor de cualquier libre que se presentara y pudiera sacarnos de ahí. Muchas veces pensé en escapar pero me faltaba el valor. Finalmente ocurrió algo que me ayudó a decidirme. Mientras revisaba unos papeles del administrador, descubrí por casualidad los planes que éste tenía junto al capataz y su kajira favorita para robar a los dueños, inculpándome a mí de su fechoría. Esta esclava era una muchacha odiosa, que se consideraba superior a las demás por gozar del favor del capataz. Nos odiamos desde el primer ehn y no hubo un día en el que no tratásemos de hacernos la vida imposible. No me hice ilusiones al respecto. Solo tenía dos opciones; quedarme y afrontar una muerte segura o huir y afrontar una muerte incierta. Elegí la segunda.

  Recuerdo los días que siguieron de modo entrecortado. Vagué durante muchos ahns, mirando atrás a cada paso, sin atreverme casi a descansar. Evité los núcleos poblados y acabé perdida en una zona boscosa. Cuando llegué a Gor creía haber tenido miedo, pero no fue nada comparado con el terror que pasé en aquellos días... tentada estuve de dar media vuelta, pero para entonces ya no sabía dónde me encontraba. A día de hoy, aun no se como no fui devorada por alguna alimaña. Finalmente, desconocedora de la flora goreana, comí algo que no debía y terminé por enfermar y perder el conocimiento.

  Desperté en una pequeña cabaña varios ahns después. Era la morada de un par de campesinos que vivían aislados en el lindero de un bosque, trabajando una pequeña plantación con la subsistían a duras penas. Recuerdo esa etapa de mi vida con alegría y nostalgia. Aquella pareja había perdido tiempo atrás, cuando habitaban en su aldea de origen, a su única hija, que fue collarizada para saldar una deuda. Debí recordarles a ella pues, aunque vieron mi marca y mi collar, me acogieron como a un miembro de su familia. Los conocimientos que adquirí en la granja resultaron muy útiles para mejorar su plantación y ellos a cambio me enseñaron todo lo que sabían sobre éste mundo. Eran gente muy humilde y llegué a quererlos como a mis propios padres.

  Pero lo bueno no suele durar y un día se acercó a la cabaña pidiendo refugio un guerrero que retornaba a casa. Había perdido su tarn en una batalla y usaba por montura un horrible tharlarion. No fue muy educado con sus anfitriones, se comportó con la altanería propia de una casta elevada y yo ni pude ni quise tolerárselo. Durante la noche, al ir al río a por agua, lo encontré engrasando la silla de montar. Me burlé de él, pues sabía que los tarnsman consideran a los tharlariones una montura inferior. Hubo un forcejeo y, aunque la ropa de campesina ocultaba mi marca y un pañuelo cubría el collar, terminó por descubrir mi auténtica condición. No quiero alargarme más, entre otras cosas porque es un episodio aún doloroso de recordar. El guerrero me arrastró hasta Treve, donde vi por primera vez un tarn, ya que no hay otro modo para llegar a la ciudad. Allí serví en las cocinas hasta que una delegación se trasladó a éstos salones y me llevaron con ellos.

  Y aquí estoy, bárbara, sin adiestrar, sin pertenecer a nadie en concreto… deslenguada, mentirosa y desobediente… a la espera de lo que las lunas de Gor me deparen en el futuro….

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